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Invasión de pensamientos

Es misteriosa esa nostalgia que surge cuando se viaja. Los que se quedan despidiéndose desde la tierra sonríen, o intentan sonreír, y en el fondo el viajero sabe que ellos están tristes, al igual que él. Las despedidas no gustan a nadie.


En mi caso, estoy dividida en dos partes. Con residencia en un lugar, y lugar de estudios en otro bastante lejano. Concretamente, para los curiosos, mi hogar está en Lanzarote, Islas Canarias, y mi universidad en Valencia. Vivo así entre ambos sitios, un paraíso, y una ciudad que al principio me asustaba enfrentarla sola pero que, con el tiempo, resultó que hallé a mi segunda familia. Y ahora mismo, alejándome de ella para volver a casa por Pascuas, descubro que cada vez me da más nostalgia dejarla.


No fue fácil. Forjar una vida aparte de la vida familiar, es un proceso que conlleva mucha responsabilidad, muchos cuidados, precaución, previsión… pero ante todo, fortaleza. Y no olvidar jamás la educación y los valores aprendidos en casa. Creo que este conjunto de elementos fueron los pilares para haberlo conseguido. Sin embargo, por muy independiente que me sienta viviendo en un lindo pisito con una excelente compañera de piso y amiga, los lazos que me unen a mi familia no se debilitan ni se rompen, por mucho que pase el tiempo y que los proyectos de futuro vayan dejándose ver. Por eso en estos instantes, en pleno viaje, mi nostalgia se combina con la alegría de volver al hogar, dulce hogar. De eso se trata, de combinar sentimientos para enriquecer la receta y que el resultado sean momentos exquisitos.


Anoche, mientras hacía la maleta, mi madre me decía “No te cargues como una burra como haces siempre, aquí tienes de todo, y además aún quedan algunas rebajas así que algo más caerá, ¡no te cargues!”. Y yo pensaba para mis adentros “Qué va, en Lanzarote no hace falta abrigo, un par de trapitos y fuera, eso no pesa”. Hasta que hoy agarré la maleta y comencé a andar… Mañana tendré un severo dolor de espalda. Pero me tranquiliza imaginar que más de una lectora, como buena fémina, me entenderá. Lo necesitamos, ese pantalón, ese vestido, esos zapatos… ¡Ese blazer! Y el neceser… Para sentirnos bellas, bien con nosotras mismas, seguras, es la base para afrontar el día a día con éxito: verse bien, sentirse bien.


Yves Saint-Laurent dijo una vez “La prenda más bella que pueda vestir una mujer son los brazos de su amante, para las que no han encontrado esa felicidad, estoy yo.” Grande. Será por eso que tanto amo envolverme con esa camisa de tacto suave, o enamorarme de unos tacones que al subirme en ellos me hacen casi andar sobre las nubes. Son accesorios elementales para sentirse poderosa. No hay que conformarse con los cuentos de las princesas de Disney y esperar al hombre ideal que llegue a nuestras vidas para colmarla de riquezas y de amor. Cada vez es más difícil encontrar a un
hombre decente, los príncipes azules se están destiñendo. Todas las mujeres tienen el coraje de llenar por sí mismas sus propias vidas, armadas con un buen par de zapatos.


Mi vida está llena de momentos que pasarán a la posteridad. De recuerdos. No tengo un millón de amigos, como deseaba Roberto Carlos, los que tengo los puedo contar con los dedos de una mano. Pero son los verdaderos, los que me hacen sentir plena, como si un millón de personas estuvieran ahí, escuchándome en las buenas y en las malas. Mis compañeros de vida: de viaje. Eso es; leí en algún lugar “La vida es un largo viaje con destino a casa”. Quisiera tener la suficiente experiencia para poder afirmarlo, pero debo atenerme a la realidad y reconocer que con veintitrés años hay muchísimas cosas por descubrir, y por verificar. El destino… quién sabe. Lo que sé es que me voy llevando personas especiales de distintos lugares en mi recuerdo, a quienes extraño muchísimo. Y mi equipaje así se va haciendo cada vez más y más grande, pero no más pesado. Dicen que no hay que mirar atrás, pero yo discrepo y creo que en ocasiones no está mal hacerlo. Para recordarlos a todos, y para repasar todos esos pasos que para bien o para mal nos han llevado hasta donde estamos. Por ello recomiendo un par de zapatos que nos hagan pisar con garbo, para dar bien firmes cada paso.


Y ya casi llegando a mi destino (destino a corto plazo, recuerden que estoy en este momento viajando), intento olvidar las despedidas para pensar en mi bienvenida a casa. También intento no pensar en mi próxima despedida de casa, la cual siempre me deja derrumbada y confieso que, cada vez que paso el filtro de seguridad del aeropuerto, cuando ya no pueden verme, las lágrimas vencen a mis párpados y comienzan a caer. No me acostumbro a las despedidas. Las despedidas no gustan a nadie. Por eso necesito ir abrazada de mi prenda preferida, dando pasos decididos hacia la puerta de embarque. Y no decir nunca adiós. Es mejor decir: hasta la próxima.

DENISSE DEVOUASSOUX

​REDACTORA Y DISEÑADORA

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